viernes, 9 de diciembre de 2011

Maldición




     Maldición. Estaba totalmente a oscuras. Las gruesas cortinas de la ventana estaban corridas y no dejaban pasar la más mínima luz. Ni siquiera podía ver la mano que tenía ante su rostro. No importaba. No necesitaba la luz. La había visto. Ahora la sentiría.
Terminó de desvestirse hasta quedarse desnudo en la oscura habitación. Se dirigió a la cama y encontró la apertura de los cortinajes. Con cuidado, se deslizó entre las sábanas.

     Ella se movió ligeramente y emitió un leve sonido, pero no se despertó. Él acercó su cuerpo al de ella, apretó su pecho contra su espalda cubierta de seda, y la cubrió con sus brazos.

     Durante unos instantes, sólo la abrazó. Por fin. Todo lo que había deseado, a pesar de que nunca se había dado cuenta (o no lo había admitido), estaba entre sus brazos. Se sentía increíblemente bien. Dejó que el amor y el deseo lo envolvieran.

    Olía deliciosamente bien. Era un aroma que siempre había asociado a ella, floral y especiado. Lo llevaba a menudo y su aroma perduraba en el mobiliario, cortinas y alfombra de su sala de estar. Si fuera ciego, seguiría sabiendo cuando entraba en una habitación por aquella inconfundible fragancia. Nardos. Eso era. Siempre olía a nardos, pero nunca había estado lo suficientemente cerca como para inhalar ese aroma por completo. Era embriagador. Echó su cabello a un lado y puso su boca en la nuca de ella. Sabía tan bien como olía.

      Ella comenzó a despertarse lentamente tras sentir unos labios en su nuca. Tan suaves. Tan cálidos. Y, de repente, se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y se despertó por completo sobresaltada.

-¡Oh!

Por fin había llegado.

-Soy yo -le dijo con dulzura y en voz baja mientras se acurrucaba contra ella.

-Sí. -Ella volvió el rostro hacia él, pero no podía ver nada en la oscuridad. Alargó los brazos y le tocó la cabeza mientras él le mordisqueaba el cuello. Su pelo era grueso y abundante. Recorrió con los dedos su cabello mientras él hacía magia con sus labios.

-¿Estás molesta? -le susurró. Su aliento le hizo cosquillas en la oreja-. ¿Enfadada?
Había estado ambas cosas cuando no había aparecido tras varias horas, a pesar de que sabía que no era su culpa. Pero nada de eso importaba en aquel momento. Estaba allí y, oh Dios santo, la estaba amando y era tan maravilloso.

-No -le respondió-. No estoy molesta.

-Oh, gracias a Dios -murmuró contra su cuello -. Gracias a Dios.

     Ella emitió un leve gemido cuando sus labios tomaron su oreja y arqueó el cuello para que llegara mejor. Pensó que no estaba para nada nerviosa. Estaba dejando que las cosas sucedieran y era algo espléndido.

     Todo lo que tenía que hacer era relajarse y disfrutar. Como se había quedado profundamente dormida, no había tenido tiempo para ponerse nerviosa o angustiarse. Al contrario, se sentía lánguida y sensual y... sexual. Jamás se había sentido más relajada. Casi se alegraba de que hubiese tardado tanto que se hubiese quedado dormida.

     Sus labios dejaron besos suaves como mariposas en su mandíbula y mejillas, y ella volvió la cabeza para poder alcanzar su boca. Con un rápido movimiento, él la giró para poder estar frente a frente. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba desnudo. Extendió la mano para tocarlo.

-Mi amor -emitió un pequeño gemido y cubrió la boca de ella con la de él.

     Ese beso no se parecía en nada a sus otros besos. Se había reservado lo mejor para ese momento, para amarla. Sus labios se movieron contra los de ella, saboreándola, provocándola, explorándola. Recorrió con su lengua la unión de sus labios y ella los abrió para dejarlo entrar. Un nuevo tipo de placer se reveló en su interior cuando él condujo la lengua dentro de su boca y comenzó a acariciar la suya.

     Acarició su pelo con una mano, recorriéndolo con los dedos. Ella entrelazó sus brazos, sintiendo su piel y músculos, acercándolo más contra sí. Y de repente el beso se tornó tórrido y urgente, casi doloroso de tanta intensidad. Oleadas de sensaciones se disparaban en su interior. Y deseaba más.

     Él movió una mano hacia su cintura y fue deslizándose por la seda de su camisón hasta llegar a la caja torácica y cogerle un pecho. Su pulgar comenzó a formar círculos en su pezón y todo su cuerpo se estremeció. Su boca abandonó la de ella y trazó un rastro de húmedos besos por la barbilla y garganta, y por el cuello y el corpiño de su camisón. La besó por encima de la seda, bajando cada vez más. Y entonces se llevó su pecho a la boca.

     Ella gritó y su cuerpo se retorció. Todavía no habían consumado el acto y ya había sentido sensaciones más poderosas de las que jamás había sentido. Nadie jamás la había besado así.

-Te deseo -le susurró él-. Te deseo tanto.

     Bajó la mano hasta encontrar el dobladillo de su camisón y fue subiéndolo; por los muslos, las caderas, la cintura, y por encima de sus pechos. Finalmente, ella levantó los brazos y él se lo quitó. Se quedó desnuda. Jamás había estado antes desnuda delante de un chico. Era... excitante.

     Él la exploró en la oscuridad con sus manos, con unos suaves dedos que la acariciaban y prendían fuegos de erotismo y pasión aquí, allí y en todas partes. Era como si estuviera intentando ver a través de sus manos, intentando descubrir cómo era su cuerpo. Ella se sintió infundida de valor para hacer lo mismo. Recorrió con las manos su pecho. Descubrió sitios más suaves por los costados y por el tórax, sitios donde la piel era tan suave como la de un bebé.

     Deseó que no estuviera tan oscuro porque le habría gustado poder verlo, ver su piel y sus músculos firmes. Pero los cortinajes corridos de la cama creaban una oscuridad impenetrable.

     Ella apretó sus labios contra el pecho de él, inhalando el masculino aroma a almizcle con un ligero toque de berrón que desprendía. Lamió con la lengua sus pezones, y obtuvo un jadeo como respuesta, mientras sus manos exploraban los firmes músculos de alrededor. Sus manos fueron bajando, siguiendo la línea de vello que recorría su abdomen hasta su ombligo, donde el vello se hacía más espeso. Su mano bajó todavía más y él gimió. La rodeó con sus brazos y la estrechó contra sí.

-Mi amor -susurró y la besó de nuevo.

     La combinación de su boca en la de él mientras le rozaba el torso con sus pechos desnudos le provocaba una sensación de lo más extraordinaria. La suave piel de ella contra el torso de él (femenino frente a masculino, dureza frente a suavidad) despertaba sensaciones potentes y provocativas. Se rozó contra él como si de un gato se tratara y acarició su espalda y hombros con impaciente deseo.

     Si no sucedía nada más, sería suficiente. Ya había experimentado más placer del que jamás había conocido; su cuerpo jamás había estado tan vivo. Si no hubiese nada más, estaría más que satisfecha.

Pero quería más. Quería todo.

     Él la colocó boca arriba y se puso encima de ella. El final estaba cerca. Los increíblemente maravillosos preliminares ya casi habían terminado y el acto principal iba a comenzar.

Pero estaba equivocada.

     La besó de nuevo durante largo tiempo, apasionadamente, mientras le acariciaba primero uno de sus perfectos pechos y a continuación el otro. Ella se estremeció con cada caricia y él sintó su necesidad. Su boca abandonó la de ella y, trazando el camino con la lengua, llegó hasta la suave curva superior de su pecho para, a continuación, seguir bajando. Finalmente, inevitablemente, cogió el pezón con su boca y lo acarició con su lengua. Su grito de placer fue una de las cosas más dulces y deliciosas que él jamás había escuchado. Aquella chica, que nunca antes había conocido el placer físico, se retorcía de deseo. Lo había hecho por ella y estaba feliz por ello.

     Rodeó su pezón con la lengua y después exploró la parte inferior de su pecho. Le rindió el mismo homenaje al otro pecho y después fue deslizándose por su cuerpo mientras iba dejando besos a lo largo de su abdomen y ombligo.

     Se detuvo para considerar si debería ir más allá. Podría asustarse. Pero ella había dicho que quería experimentar el placer pleno de la intimidad física. Sólo una vez. Dado que sólo podía ser esa vez, se lo daría todo.

Pero aún no. Iría despacio.

     Se movió encima de ella y la besó de nuevo. Embelesó su boca con besos salvajes y hambrientos mientras su mano acariciaba la delicada curva de su cadera y su largo y elegante muslo. Distrayéndola con la lengua, fue deslizando su mano por la cara interior del muslo hasta llegar a su sexo. Notó cómo se ponía tensa, pero siguió besándola y dejó que su mano descansara sobre ella durante unos instantes. Después, muy lentamente, sus dedos separaron sus muslos y comenzó a acariciar la parte íntima de su sexo. Contuvo el grito sofocado de ella y siguió tocándola. Ya estaba húmeda de deseo cuando él introdujo un dedo dentro de ella.
Ella gimió y apartó la boca de él.

-¡Oh, Dios mío! -gritó-. ¡Oh, sí!

     Él volvió a besarla y a darle placer con la lengua mientras seguía moviendo su dedo dentro de ella. Finalmente lo sacó y comenzo a acariciar suavemente con la yema de su húmedo dedo el punto que sabía le proporcionaría el mayor placer. Ella gimió dentro de su boca y él siguió tocándola. Levantó las caderas y se abrió para él. Estaba lista.

     Él abandonó su boca y volvió a deslizarse por su cuerpo, besando, lamiendo y mordiendo cada centímetro de su piel mientras su dedo continuaba con su concentrado movimiento.

     Besó su vientre, y luego fue bajando y bajando hasta que su boca sustituyó a su dedo y su lengua hizo que ella se estremeciese. Lanzó un grito casi doloroso. Creyó que iba a morir. Jamás había sentido algo así en su vida. La sensación, de tan intensa, era casi insoportable. Todo se centraba en ese punto, el lugar que jamás había soñado que pudiera ser tocado por los labios y lengua de un chico. Resultaba un poco embarazoso, pero no le importaba. No podía pensar. Sólo podía sentir. Cada músculo de su ser se tensó cuando su cuerpo se arqueó y retorció. Estiró y movió las caderas como respuesta indecente a las caricias de su lengua. El placer fue incrementándose, la tensión fue creciendo más y más, hasta que sintió un estruendo en sus oídos y creyó que iba a explotar.

     Y, de repente, ocurrió. Una pura explosión de sensaciones sacudió su cuerpo y gritó de asombro. Se sintió transportada por una ola de intensa pasión que envolvió cada centímetro de su cuerpo.

     Él saboreó el increíble estremecimiento de su clímax. El primero. Ningún otro le había dado eso. Le llenó de emoción saber que era el primero, y una renovada pasión rodó por él. Cuando su estremecimiento hubo remitido, él se colocó encima de ella y le abrió las piernas con ayuda de sus rodillas. Apretó su erección contra la entrada aún pulsante de su sexo. Ella levantó las caderas para recibirlo y entró dentro de ella.
Lanzó un gemido que acabó en un suspiro contenido una vez él estuvo dentro. Él dejó que el cuerpo de ella se ajustara, se relajara y lo aceptara por completo y luego se irguió en su interior. Una sensación enorme de bienestar, de calidez, lo envolvió. Se sentía casi abrumado por la intensidad del momento; su primera vez dentro de ella, por fin.
Sus caderas se movieron bajo él.

-No pares -dijo-. Ámame. Porfavor, ámame.
Él colocó su boca al lado de su oído.

-Te amo. Y siempre te amaré.- Ya no podía seguir negándolo. Ahora que estaba en sus brazos, sabía que la amaba. Siempre la había amado.

     Comenzó a moverse dentro de ella, empujando y moviéndose con suavidad al principio. Quería que alcanzara el clímax de nuevo, así que retardó el suyo en un exquisito tormento. Se tomó su tiempo y la llevó a diferentes grados de excitación. Ella levantó las piernas para sentirlo más dentro. Se entrelazó en su cuerpo, intentando que cada centímetro de su piel estuviera en contacto con él.

     Cuando sintió que la tensión volvía a crecer en ella y sus gemidos se convirtieron en breves jadeos, fue incrementando el ritmo hasta que sintió sus músculos atenazarlo en un puño. Solo cuando sintió cómo se tensaba y retorcía, y cuando apretó su rostro contra su hombro para reprimir sus gritos, él se permitió por fin dejarse llevar. Hundió el rostro en sus suaves cabellos y le regaló todo su amor.

      El cuerpo de ella siguió temblando con los recuerdos de aquellas sensaciones nuevas que le habían hecho estremecer. Cada poro de su ser desprendía el éxtasis del momento vivido. Sentía ese cosquilleo hasta en el cuero cabelludo.

     No podía creer lo que había ocurrido. Dos veces había logrado llevarle hasta ese estado. Y, santo Dios, era increíble. Cómo deseaba poder verlo, poder mirarlo a los ojos y ver si en ellos había la misma mirada que sentía que los suyos poseían.
Sentía su peso encima de ella, pero era una sensación agradable. Y dentro, donde aún seguía unido a ella, podía sentirlo latir mientras su cuerpo se recuperaba de los poderosos clímax que lo habían sacudido. Un instante después, cuando su cuerpo y mente se hubieron calmado, un intenso letargo se apoderó de ella.

-Mi vida.

    La besó de una forma tan dulce que casi la hizo llorar. Salió de ella y se acurrucó a su lado. Tiró de la ropa de cama para cubrirlos. Ella apoyó la cabeza en su hombro y él la rodeó con un brazo. No podía recordar un sentimiento de felicidad tal.

Había sido la noche más maravillosa de su vida.

     Era algo extraordinario lo que le había dado. Él nunca sabría cuán extraordinario. Independientemente de lo que ocurriera tras esa noche, siempre lo recordaría como aquel que le había enseñado lo que era el placer físico, aquel que le había dado algo que jamás antes había experimentado.

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